Traducido por Javier Aispuro
Sus palabras dicen que los mexicoamericanos pueden hacer cualquier cosa. Sus ojos ven esperanza donde no la hay. Sus pies marchan por el soñador, hasta el punto de la detención.
En sus ojos, cada chicano es una estrella.
Raúl Grijalva es un activista que aparece una vez en cada generación. Es un hombre cuya misión de vida ha evolucionado para traer igualdad a una raza que ha visto poco. Y cuando se trata de racismo, él ha visto mucho.
Era como la mayoría de los chicanos en este país: criado por padres que solo hablaban español y una madre que lo instaba a obtener su educación. Ella sabía que la educación le daría poder.
Antes de ingresar al primer grado, conocía sus colores primarios y sus números. Él sabía todo lo que un niño de primer grado necesitaba para tener éxito.
Lo que no sabía, eran los desafíos que tenía por delante, no tenían nada que ver con su conocimiento intelectual, y todo que ver con el color de su piel.
Los administradores lo metieron en una clase especial. Era una clase para los niños hispanos. No era un salón de primer grado. Ni siquiera era un lugar donde los niños pudieran explotar su potencial. Era un lugar para poner a los niños hispanos hasta que aprendieran inglés.
“Yo hablaba el idioma del hogar, el idioma de mis padres. Era miserable para nosotros, los que no podíamos hablar el inglés “, dijo.
“Estábamos en una especie de limbo educativo divertido. Estábamos en primer grado, pero no lo estábamos. De repente, las cosas que valoramos se volvieron sospechosas. No era suficiente. Éramos ‘esos niños’ “.
Se castigaba a Grijalva y a los estudiantes como él si hablaban español en el patio de recreo. Hazlo y te agarran a reglazos.
La segregación era real. A esta edad, Grijalva era impresionable. Hizo lo que se le dijo que hiciera, y comenzó a sentir que era fundamentalmente injusto.
Día tras día y semana a semana, sus maestros grababan los fundamentos del racismo en su cerebro. El objetivo era hablar inglés. Hablar español era un tabú. Era el ritmo del tambor en su cabeza una y otra y otra vez.
No español. No español. No español.
Grijalva no era como los niños anglos. No podía ser como ellos. En su mente de seis años, el color de su piel era algo que lo hacía sentir menos.
No español. No español. No español.
Lo avergonzaba. Una pena que lo venció. Y se llevó esa vergüenza a casa.
Fue en los ojos de su madre que más tarde descubrió la verdad.
En la secundaria, Grijalva recibió un premio de logro académico. Solo un puñado de niños lo hizo. La ceremonia fue un momento para que los estudiantes celebraran con sus padres. Fue un momento para que la madre de Grijalva se sintiera orgullosa.
Los administradores le dieron a cada estudiante un certificado. Uno por uno nombraron los nombres de los estudiantes y alabaron el trabajo académico sobresaliente. Los padres se pusieron de pie y aplaudieron.
Grijalva estaba solo. Él no había invitado a su madre.
Su madre no tenía idea. Pero como todas las madres, eventualmente se enteró.
Grijalva no la invitó porque no podía hablar inglés. Estaba avergonzado. Había aprendido a avergonzarse de hablar español. Avergonzarse de quién era y quiénes eran sus padres.
Hoy, sé por qué no la invitó. No fue la falta de inglés. Fue por su vergüenza.
“En algún lugar de mi subconsciente, estaba avergonzado por el hecho de que no podía hablar inglés. Pero una vez que descubrí que mi madre sabía de mi premio, me llamó la atención. Nadie debería sentirse avergonzado de lo que son”.
Esto no era un comportamiento normal. Era enseñado desde un patio de recreo en primer grado.
No español. No español. No español.
Cuando hablaron después de que él sabia que ella sabía, le dijo un dicho común entre los chicanos: “mijo, no olvides que naciste con un nopal en la frente”.
Esencialmente, ella le dijo que “hay que tener animo”.
Y se animó.
La culpa y la vergüenza se convirtieron en un combustible que lo ha llevado a convertirse en uno de los activistas radicales más reconocidos de esta generación por los derechos de los chicanos.
“Empecé a ver a la raza no como un impedimento que te frenaba, sino como una herramienta para retenerte”.
Se comprometió consigo mismo para arreglar las cosas para los chicanos. Él no sabía cómo iba a hacer esto. Lo único que sabía era que tenía que hacer algo por sí mismo, por su raza y para honrar a su madre.
Grijalva era un hombre joven durante el apogeo del Movimiento por los Derechos Civiles y El Movimiento, la revolución de los chicanos durante la década de 1960 para restaurar la tierra, los derechos de los trabajadores agrícolas y la educación. Respondió frustraciones de desigualdad que se habían ido acumulando durante muchos años. Una desigualdad que avergonzó a Grijalva de niño.
También siguió a César Chávez, su ídolo y al hombre del boicot de la lechuga. Chávez fue Martin Luther King Jr. para los chicanos.
Después de graduarse de la escuela preparatoria Sunnyside en 1967, comenzó a estudiar sociología en la Universidad de Arizona. Se convirtió en una fuerza a tener en cuenta en grupos radicales como la Comunidad Libertaria Mexicanoamericano (MALC por sus siglas en inglés), que enfrentó a la universidad con demandas para establecer estudios mexicanoamericanos y el reclutamiento de chicanos.
La escuela inició un programa de estudios mexicanoamericanos para el semestre de otoño de 1969. MALC decidió boicotear el currículo “irrelevante” que era “simplemente una extensión de la licenciatura en español”.
“Fue simplemente una señal que se está utilizando para apaciguar a la comunidad chicana en general y al alumnado chicano en particular”, mencionó.
MALC circuló peticiones para boicotear el programa y acusó a la universidad de incorporación selectiva para apaciguar a la comunidad chicana. Su trabajo obtuvo el apoyo del decano de la Facultad de Artes Liberales, quien aceptó realizar cambios.
Un año después, su activismo se hizo más fuerte. Grijalva lideró un grupo para confrontar al Concejo Municipal de Tucson y exigir que un campo de golf propiedad de la ciudad se convierta en un parque para personas. Después de meses de protestas, el grupo fue victorioso. El parque lleva el nombre de Joaquín Murrieta, un líder político en la década de 1960 que lucho contra el racismo en el suroeste.
En 1971, se retiró de la universidad para casarse con Ramona Garduno.
Grijalva luego recurrió al servicio comunitario. Se convirtió en el director del Centro Vecinal de El Pueblo en Tucson y dirigió programas que ayudaron a borrar la tasa de deserción escolar, que siempre ha estado en el corazón de Grijalva en ese momento y en la actualidad.
Dos años después, Grijalva tomó su creencia de la educación y se postuló para un puesto en TUSD en 1972. No tuvo éxito.
Lo intento de nuevo en las siguientes elecciones, pero esta vez con un grupo que formó llamado Mexicanoamericanos por la Igualdad de Oportunidades. Usó este grupo como palanca para argumentar que las minorías fueron excluidas del liderazgo en el distrito que era más del 65 por ciento de Anglo. Un latino no había sido elegido por 23 años.
Entonces, a la edad de 26 años, Grijalva se unió a la junta de TUSD y trabajó durante 12 años.
Una vez que estuvo en la junta, Grijalva reanudó su trabajo de estudios superiores en la U.A. Después de terminar su carrera en 1986, Grijalva se postuló para los Supervisores de la Junta del Condado de Pima en el Distrito Cinco. Sobrepasó a su oponente republicano de 7 a 1. Los fuertes gastos y la gran población hispana del distrito dieron a Grijalva una gran ventaja. Ganó del 67 al 32 por ciento y trabajó hasta el 2002.
Su mayor éxito en la junta fue su guerra con Canoa Ranch y un desarrollador de bienes raíces que planeaba construir 6.100 hogares. Canoa Ranch fue donde el padre de Grijalva trabajó como bracero en la década de 1940. El rancho ahora se llama Raul Grijalva Canoa Ranch Conservation Park.
El crecimiento demográfico de Arizona dejó al estado necesitando dos distritos congresistas más después del Censo del 2000. El Distrito 7 de Arizona nació. Y en sus ojos, era suyo.
La población latina del distrito supera en número al resto en más de la mitad. Los demócratas superaron en número a los republicanos de 2 a 1.
Se le sirvió el distrito 7 en charola de plata.
Nunca se sintió bajo amenaza por los republicanos, donde nunca vio menos del 61 por ciento de los votos. Él ha sido reelegido cada dos años desde entonces. El número del distrito cambió después de los datos del censo del 2010.
Ahora, él es el congresista del 3er. Distrito de Arizona donde lucha por la reforma migratoria, el medio ambiente y los Dreamers.
En 2015, Grijalva obtuvo una subvención de $15 millones de la Agencia de Protección Ambiental para las tribus en Arizona. La subvención pasó a ayudar a la calidad del agua y la infraestructura en tierras tribales.
Grijalva lo ha convertido en una misión política para hacer que la inmigración sea menos compleja. Para que los ilegales se vuelvan legales. Siendo tal y como es, continúa presionando a los republicanos del Congreso para impulsar una reforma que él dice que está “rota”.
“En un mundo perfecto, tendríamos una frontera abierta”, dijo.
Cuando el presidente Donald Trump amenazó con poner fin al Dream Act, establecido bajo el mandato del presidente Obama en 2012, Grijalva no se contuvo.
El 19 de septiembre de 2017, la policía lo arrestó por protestar frente a Trump Tower en la ciudad de Nueva York en una protesta en la que exigía que el Congreso lo desafiara y aprobara un acto para proteger a los Dreamers.
“Es importante no sufrir en silencio”.
Grijalva ofrece consejos a quienes los seguirán.
“Puedo decirle a la gente que todo va a estar bien, que las cartas se van a cambiar. Pero mientras tanto, vamos a pasar por algo de mierda. Queremos que termine bien, pero habrá desdicha en todo. Es la parte más fea del racismo, lo desalmado en si”.
Racismo.
Es una palabra fuerte que divide. Pero hace que alguien más ruidoso lo ponga en silencio. Ese silencio silenciado que lo silenció en primer grado.
No español. No español. No español.
Es por eso por lo que él toma el golpe. Es por eso que está dispuesto a ser arrestado para hablar por los que no pueden.
Para que se puedan expresar los que no tienen voz.
“Los secretos silenciosos del racismo se mantienen en silencio”, comentó.
“Nunca me callaré”.
Jireh Lopez Jiménez es reportero de Arizona Sonoran News, un servicio de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Arizona. Lo puede contactar en [email protected]